LA PÓCIMA DEL BALADRE – LEYENDA DE SAGUNTO

By junio 24, 2021 Días con mensaje

Según se cuenta, en Sagunto existe una curiosa historia con un final inesperado. Se afincó por aquel entonces en aquel lugar, Don Gonzalo de los Arcos al final de su vejez, miembro de la Marina Real y un hombre que en su juventud y madurez había enamorado a las más hermosas mujeres, de cualquier edad y condición.

Vivía por aquellas tierras una muchacha adolescente de cara angelical y cuerpo ya desarrollado pese a su corta edad, de sonrisa pícara, mirada misteriosa y apariencia inocente. Notó Amparo, así se llamaba, que Don Gonzalo podía sentirse atraído por ella y se lo hizo saber a sus padres, ellos le insistieron y le recomendaron que se casara con él, aunque la diferencia de edad fuera tan evidente.

Ella estuvo de acuerdo, sabía que podía complacer con creces a su futuro marido y así, se aseguraba una vida de riquezas y opulencia, pensando que ella le sobrevivirá muchísimos años y entonces podría disfrutar de todo lo que deseaba sin ataduras. Lógicamente, Don Gonzalo, estaba encantado de gozar de una mujer tan joven, complaciente y encantadora como era la que, en poco tiempo se iba a convertir en su esposa. Además, la salud y la juventud de su futura esposa le iban a garantizar una descendencia digna de su apellido y de su linaje, así que el desposorio, aunque podía extrañar por la diferencia de edad, iba a traer muchas alegrías y satisfacciones a los contrayentes y a sus familias.

Al principio don Gonzalo estaba muy contento con el comportamiento en la cama con Amparo, se mostraba complaciente, sumisa y apasionada, aunque tras cada erótico encuentro, Amparo tuviera que recibir algún regalo de gran valor que sirviera a su esposa para sentirse más bella y de una clase social a la que no quería renunciar.

Hay que reconocer que Amparo le cuidaba y le atendía cuando estaba enfermo y le acompañaba en todo momento ante cualquier enfermedad, además estaba pendiente de cualquier cosa que tuviera que administrarle para conseguir que se mantuviese sano y feliz.

No obstante, el tiempo pone las cosas en su sitio y, pasados los años se fue enfriando la relación y Don Gonzalo vio que la descendencia no llegaba, esa era su mayor preocupación y la verdadera razón por la que había elegido a una esposa que le llevaba tantos años. Ello le convirtió en un hombre tacaño que ya no veía a su esposa con los mismos ojos, de ser aquel hombre atento y generoso con el que Amparo podía estar pese a que era tan mayor.

Y entonces Amparo, que estaba harta de disimular, de cuidar a un viejo decrépito y huraño, y de aguantar todas las rarezas de su marido, buscó una solución. Había oído hablar de una curandera que vivía en Sagunto, consiguió sus señas y se dirigió a su casa totalmente decidida. Al llegar allí se quedó desconcertada, le abrió la puerta un ciego que le hizo sentir extraña, no obstante, estaba decidida a llegar hasta el final y preguntó por Doloretes, era la mujer que andaba buscando para empezar la nueva vida que tanto estaba anhelando desde hacía mucho tiempo.

Al principio sintió arrepentimiento por haber acudido a aquella casa, pero Doloretes supo persuadirle para que le contara la razón de su visita. Amparo Le explicó toda su vida matrimonial y como en los últimos años, la situación ya se le hacía insostenible, por ello pensó en una pócima que pudiera acabar con la vida de su marido. La curandera, que conocía las riquezas de Don Gonzalo, aceptó inmediatamente, la futura viuda debería darle un tercio de la herencia de Amparo cuando llegara el momento.

Amparo asintió con premura y se llevó la pócima de baladre que le había proporcionado aquella mujer y debía ir suministrándola poco a poco para que la flojera se fuera adueñando de Don Gonzalo, de este modo, cuando llegara el momento, nadie sospecharía de su mujer y creerían que le había llegado la hora por su extensa edad.

Al cabo de las dos semanas, Don Gonzalo murió y Amparo recibió la visita de un gran amigo del difunto, se trataba de Juan de Dios Casanova, que iba a poner en conocimiento de la viuda las últimas voluntades de su esposo. Pero en ningún momento podía presagiar la vuelta que había dado el destino, meses antes de la muerte de Don Gonzalo, había aparecido un hijo que creía muerto y, por tanto, en su testamento se lo había dejado todo a él, ¡Amparo estaba Desheredada!

No lo podía creer, tantos años aguantando a un ser que le repugnaba y, ahora que estaba muerto, ella no iba a recibir nada de su herencia y, por si faltase algo, había contraído una deuda con Doloretes y no sabía cómo iba a reaccionar tras saber lo ocurrido, así que pensó en llevarle todas las joyas que poseía para poder cumplir con el pago de sus servicios.

Al conocer los nuevos acontecimientos y con la entrega de las joyas Doloretes pareció conformarse, pero el padre aprovechó para pedir algo más, una posesión que consideraba suya y así se lo hizo saber a la desdichada viuda. Quería la insignia de honor de la Marina con la que probablemente iba a enterrar a Don Gonzalo, ya que el ciego, en una ocasión le salvó la vida y nunca le habían recompensado con nada, por lo que siempre se había sentido ignorado, pero con aquella insignia todos quedarían en paz.

De modo que Amparo, como viuda, accedió a la cripta sin ningún tipo de contratiempo, vestida de negro, temblándole todo el cuerpo y totalmente asustada, se acercó lentamente al cadáver, le apartó los brazos lentamente para poder coger la insignia y, de repente, los brazos se volvieron a cerrar sobre ella, estrechando su cuerpo contra el muerto, lucho con todas sus fuerzas pero no hubo manera de conseguir deshacerse de aquel “abrazo” y, poco a poco fue perdiendo el aliento hasta quedar finalmente asfixiada.

Tanto tardaba Doña Amparo que los clérigos la echaron en falta, cuando entraron en la cripta y, vieron aquella imagen, se santiguaron pensando que aquella inconsolable viuda había muerto de amor.