LEYENDA DE AMOR Y PERDÓN DE BENIDORM 

By noviembre 30, 2021 Días con mensaje

Son muchos los escritos que nos hablan sobre una leyenda de amor en Benidorm, uno de sus protagonistas fue Mubarak, Alcayde del castillo de Benidorm, tenía una sola hija llamada Zobeida cuya belleza solo era comparable a su bondad, y mantenía con ella una maravillosa relación. Podían pasarse horas hablando de arte, letras y música, ya que la niña había estudiado con los profesores más doctos que el padre había podido encontrar, incluso le hablaba de temas de gobiernos, compartiendo con su hija todas las preocupaciones y alegrías propias de lo que suponía su cargo, y es que tenían una complicidad absoluta y se aportaban su sabiduría e inteligencia mutuas.

Era tanta la confianza que existía entre ellos que Mubarak también le contaba a su hija lo mucho que amó a su madre, como había sido su historia de amor y lo solo que se había encontrado tras su fallecimiento. Por ello, deseaba que Zobeida encontrara un amor tan grande como el que existió entre él y su esposa, y la joven, que le escuchaba embelesada y respetuosa, pensaba que tenía un padre maravilloso y comprensivo y, que, probablemente, algún día serían muy felices cuando por fin se cumpliera el deseo de su padre.

Al cumplir dieciocho años la muchacha parecía estar muy triste, tenía verdaderamente preocupado a su padre, la hizo reconocer por los mejores médicos de los que disponía, sin embargo, el motivo de aquella amargura que se podía ver en los ojos de su venerada hija no se debía a ninguna enfermedad. Mubarak que, en su pensamiento, no paraba de darle vueltas a lo que le estaría ocurriendo a su amada hija, se preguntaba si tal vez se había enamorado y el muchacho no profesaba los mismos sentimientos hacia ella. De modo que, durante el transcurso de una cena mantuvo con ella una conversación al respecto, debía averiguar lo que estaba pasando para poder ayudarla y tras hacer partícipe a su hija de su inquietud, la muchacha le dijo estaba equivocado y pidió a su padre permiso para retirarse, cosa que hundió al Alcayde en una gran preocupación.

En cuanto llegó a su estancia la joven rompió a llorar desconsoladamente, ella estaba enamorada y era correspondida, ese no era el problema, pero pese a que moros y cristianos hubieran coexistido durante siglos, la unión entre ellos no era lícita, Zobeida lo sabía y, no obstante, se había entregado en cuerpo y alma en los brazos de Diego, su joven amado nacido en una familia cristiana. No habían podido hacer nada, el amor había surgido entre ellos y era un sentimiento tan fuerte que, lo único que podían hacer, es luchar por él con todas sus fuerzas.

Tanto ella como su enamorado eran conscientes de que no habría forma de que sus familias aprobaran aquel amor por muy puro y profundo que fuera, de modo que la única solución que encontraron fue huir y así, evitar las consecuencias del delito que en aquellos momentos suponía la unión entre una mora y un cristiano, además, las consecuencias serían terribles, por un lado, vergüenza para el padre de la bella musulmana, por el otro, la muerte segura para el apuesto cristiano.

El plan que habían trazado para su huía parecía perfecto, ella a través de un pasadizo secreto del castillo saldría al exterior donde le esperaría su enamorado y, de una forma que él mismo había urdido, llegarían sin problema a la playa, pero la cosa no salió tan bien. En cuanto llegaron a la playa fueron descubiertos y apresados, a continuación, comparecieron ante el Alcayde y entre lágrimas y sollozos, Zobeida pidió clemencia para Diego, suplicó a Mubarak que no matara a su amado apelando a su misericordia, y la joven, inteligentemente recordó a su padre la confesión que le hizo él mismo un tiempo atrás: El deseo de que su hija encontrara un amor igual al que Mubarak y su difunta esposa habían sentido el uno por el otro.

El Alcayde dictó sentencia, teniendo en cuenta las circunstancias y las súplicas de su hija, de modo que no condenó a morir a Diego, sin embargo, propuso que el joven estaría encerrado en una mazmorra hasta que los campos de aquellas tierras se cubrieran de blanco. En principio, parecía ser una condena extraña, pero lo que ocurría realmente es que Mubarak sabía perfectamente que eso jamás ocurriría ya que en aquellos lares nunca había nevado y en aquellas tierras siempre predominaba la luz del sol y, por tanto, el joven no moriría, pero tampoco saldría nunca de su celda.

Sin embargo, el destino es muy caprichoso y, transcurridos unos meses, cual preludio de primavera mediterránea, las flores de los almendros de aquel año eran más grandes y más blancas que nunca, parecía que un gran manto de blancura rodeara los aledaños del castillo, ni la propia nieve hubiera podía cubrir de blanco con tanta perfección aquel paisaje. Diego que contemplaba grandioso espectáculo pidió a los carceleros que hicieran al Alcayde la gran noticia convencido de que aquel noble musulmán cumpliría con su palabra y que, además, estaría encantado de hacerlo. Y así fue, no solo cumplió con su palabra, además de excarcelar al joven, Mubarak que era un hombre honesto y sensible, lo abrazó y consintió a su unión con Zobeida. Y nunca se arrepintió, ya que de aquel amor tan grande, nacieron varios hijos que fueron la alegría y el apoyo del Alcayde de Benidorm en su vejez.